Te voy a echar de menos.

Era una dura tarde de estudio, pero era imposible concentrarse. Acababa de enterarse. Pensaba que no sería para tanto, ya estaban alerta. Sabían que ocurriría pronto. A pesar de todo la noticia la conmovió, y no era para menos, era su abuelo.

Por mucho que sus padres la dijeron “Tranquila, tu estudia, luego venimos a por ti para que puedas ir a verle”, pero nada. Era inútil.
De repente empezó a ver imágenes fugaces, transitivas, tenues y difuminadas, que empezaron a cobrar vida.
Era duro no romper a llorar. Habían sido muchos momentos con él. Muchos días en el parque a pesar del frío, muchas tiradas al abrigo para ir a la tienda de la esquina, a por nubes y regaliz. Recordó el sabor de esos bocatas a la salida del colegio que preparados por la abuela, le llevaba todas las tardes, esperándola para llevarla a casa y empezar a jugar. A crear castillos en los que su pequeña princesita miraba al horizonte y comenzaba a representar sus sueños. Siempre con él presente, porque sino no era lo mismo. Era el abuelo, era su abuelo.
Y en ese momento no lo pudo contener… Era inevitable. Recordar todas esas cosas y saber que ella nunca volvería a tener cinco años, nunca volvería a verle en la esquina del colegio esperando, no habría más cenas de navidad todos juntos, no 0iríamás su voz, aunque fuera para discutir, no. Ya no.
Y con los ojos llenos de lágrimas y una gran impotencia comenzó a repetir una y otra vez ‘¡Porque!’.
Se arrepintió profundamente.
Sintió que no  merecía haberle tenido como abuelo. Los últimos años ya no le hablaba igual, ya no le abrazaba con la misma fuerza, ya no le recibía con el mismo entusiasmo que antes, ya no. Y la quemaba por dentro. Porque le quería, le quería mucho. No recuperaría eso nunca más.

-                                 - Abuelo… abuelo… abuelo…

Lo decía cada vez más bajito, más despacio, más tristemente. Más sin él. Con su ausencia. Con sus recuerdos.

Merche.